Diogo Jota, estrella del Liverpool y de la selección portuguesa, venía de vivir dos de los momentos más importantes de su vida: acababa de ganar la Premier League y se había casado con su pareja de toda la vida, Rute Cardoso. Tenía 28 años, una carrera brillante por delante y tres hijos pequeños que lo esperaban en casa. Pero lo que parecía el inicio de una nueva etapa terminó en tragedia.
¿Por qué no viajaba en avión?
Lo que más llamó la atención del público fue por qué Jota no tomó un vuelo comercial para volver a Inglaterra. ¿Qué hacía manejando desde Portugal hasta el norte de España? La respuesta es simple pero desgarradora: días atrás había sido operado del pulmón, y los médicos le recomendaron evitar volar por el riesgo que implica la presión en cabina tras una cirugía de ese tipo. La solución: hacer el trayecto por tierra hasta Santander, para tomar un ferry rumbo a Reino Unido.
El accidente
En la madrugada del 3 de julio de 2025, Diogo viajaba con su hermano menor, André Silva, a bordo de un Lamborghini Urus por la autovía A-52, en la provincia de Zamora, España. A la altura de Cernadilla, y según los primeros informes, el vehículo sufrió un reventón de neumático mientras intentaba adelantar a otro coche. El auto se salió de la ruta, volcó y se prendió fuego casi de inmediato. Los dos hermanos fallecieron en el acto.
Un país conmocionado
Portugal quedó paralizado con la noticia. La pareja de Jota pasó de ser recién casada a viuda en cuestión de días. El presidente portugués decretó luto oficial, el Liverpool y sus compañeros le rindieron homenaje, y su ciudad natal, Gondomar, lo despidió con flores, camisetas y lágrimas. El fútbol perdió a una de sus figuras más queridas, pero sobre todo, tres hijos perdieron a su papá y una familia quedó rota para siempre.
Lo más duro de esta historia es que Jota estaba cuidando su salud. No tomó un avión por precaución, por seguir las indicaciones médicas. Quiso hacer lo correcto, y aun así, el destino jugó en su contra. A veces, ni las decisiones más responsables nos protegen del azar. Un recordatorio brutal de lo frágil que puede ser todo, incluso cuando creemos tenerlo bajo control.